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Belarús, un país marcado por la represión

No es un asunto nuevo la tensa situación política que se vive hoy en día en muchas de las antiguas repúblicas soviéticas. Y aunque, hoy por hoy, el devenir de los hechos nos lleva a fijar los focos sobre Ucrania, dada la grave situación en la que se encuentra tras su invasión por parte de Rusia y la cruenta guerra que se desarrolla en su suelo, cabe también analizar de la situación que atraviesa su vecino del norte, Belarús. 

Contexto político

Tras las notoriamente fraudulentas elecciones de 2020, la República de Belarús se ha visto envuelta en un círculo de protestas populares contra el gobierno de Lukashenko, con la consiguiente represión contra los manifestantes.

Tras las detenciones de gran parte de los representantes de la oposición —entre otros los principales líderes Viktor Babariko y Sergey Tikhanovsky— más la denegación de registro en los comicios por la Comisión Electoral a Valery Tsepkalo, el papel de líder de la oposición recayó sobre Svetlana Tikhanovskaya, quien llegaba a las elecciones del 9 de agosto como principal favorita, con un gran apoyo popular. 

Sin embargo, tras una jornada electoral marcada por bloqueos de internet y de carreteras por parte de la policía y del ejército, así como de denuncias de pucherazo y falta de transparencia, los resultados de las elecciones daban la victoria a Lukashenko con un 80,1% de los votos frente al 10,1% de Tikhanovskaya.

Reacciones y represión

Las reacciones a la publicación de los resultados dentro del país fueron rápidas y contundentes. Miles de personas se manifestaron en las calles de las principales ciudades del país, lo que se tradujo en más de 3.000 detenidos esa misma noche. Desde entonces, las manifestaciones multitudinarias siguieron produciéndose de forma muy habitual durante muchos meses, sobre todo los domingos. Así, el 11 de octubre de 2020 se reunieron más de 100.000 manifestantes en Minsk, y el 9 de noviembre fueron detenidos más de 1.000 manifestantes; continuando la situación así durante meses. 

No obstante, las protestas fueron adaptándose con el tiempo a los duros intentos de represión. Para evitar detenciones masivas, las protestas se repartían al mismo tiempo por numerosos puntos de las ciudades y seconvocaban en el último minuto por Telegram, complicando la intervención de la policía, y sobre todo, la posibilidad de detenciones de forma generalizada. 

A nivel internacional, las reacciones y primeras condenas no se hicieron esperar. Multitud de países y políticos se posicionaron en contra de las acciones de Lukashenko, entre ellos Michel Bachelet, Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU o Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores. 

Algunos países europeos dieron un paso más y emitieron sanciones contra políticos bielorrusos, como fue el caso de Lituania, Estonia o Eslovaquia. Conjuntamente, la Unión Europea aprobó hasta 5 paquetes de sanciones, dirigidas contra un total de 183 personas y 26 entidades.

Posición del gobierno de Belarús

No habría que dejar de lado algunas de las “muy democráticas” declaraciones del Presidente Lukashenko durante toda esta tensa situación. El 22 de agosto de 2020, cuestionado por la avalancha de fotos que circulaban por internet que trataban de demostrar torturas en los centros de detención, el presidente aseguró que “al menos el 60% de las fotos son falsas”. 

Además, respecto de las agresiones de los policías llegó a decir lo siguiente: “aunque se hayan equivocado algunas veces, hay que perdonarles, son nuestra gente”. Incluso se dirigió abiertamente a los políticos y a los protestantes que pedían una repetición de los comicios: “Los que quieran nuevas elecciones, tendrán que matarme”.

Es además muy preocupante el proyecto de reforma del Código Penal aprobado por el Parlamento de Belarús, en el que se sentenciaría a pena de muerte a los condenados por delitos de terrorismo. Esta reforma abre la puerta a “asesinatos legales” de la oposición política, considerados terroristas por intentar desestabilizar el país. En palabras del Presidente Lukashenko “Le cortaremos la cabeza a cualquiera que hoy quiera perturbar la paz y la tranquilidad de nuestro país”

Todo se suma a la dura represión sufrida por los opositores, con historias verdaderamente espeluznantes que pasan desde detenidos fallecidos en prisión a causa de las torturas hasta simples ejecuciones a opositores. 

Simbología e identidad

Desde su llegada al poder en 1994, Lukashenko adoptó su actual bandera, siendo ésta una adaptación para Belarús de los colores y la bandera de la URSS. Por su parte, tras la caída del imperio comunista, los nacionalistas bielorrusos siempre han utilizado una bandera blanca con una franja roja en el medio, que se remonta a tiempos de la Mancomunidad Polaco-Lituana

El uso de esta bandera se ha visto muy potenciado desde el inicio de las protestas, ya que se ha utilizado como símbolo de la opositora Tikhanovskaya. De hecho, Lukashenko no tardó en prohibir esta bandera, llegando incluso hasta a detener a gente que vestía los colores blanco y rojo, e incluyéndola en la lista de simbología nazi del país. 

A través de este último movimiento, Lukashenko pretende clasificar a los protestantes como nazis y así legitimar sus detenciones y su rechazo, un discurso bastante similar al que se está utilizando en Rusia para legitimar la agresión a Ucrania.

Pese a la similitud entre las protestas en Belarús y las que acontecieron en Ucrania en 2014, las que nos ocupan ahora tienen un fondo muy diferente. Mientras que Ucrania se encontraba en una situación dicotómica entre Europa o Rusia, la oposición pretende instaurar la democracia en Belarús, sin significar esto un acercamiento a ninguno de los dos bandos. 

Pese a que Lukashenko sí que se posicionó en el bando de Rusia, pidiéndole ayuda a Putin para asegurar su poder, Tikhanovskaya pidió públicamente que se dejara al pueblo bielorruso decidir su futuro sin injerencias internacionales, sin producirse ningún acercamiento a la Unión Europea, como queda patente en la ausencia de banderas europeas en las protestas, mientras que en Ucrania eran muy comunes.  

Como curiosidad, la oposición al gobierno de Lukanshenko ha adoptado una versión traducida al ruso de la canción antifranquista L’estaca de Lluis Llach, que ha sido entonada por miles de personas en algunos de los mítines y protestas.  

Conclusión

La difícil situación que vive Ucrania tras décadas de inestabilidad debe ayudarnos a no perder de vista las dramáticas situaciones internas que se viven en otros países de nuestro vecindario.

Sólo podemos quedarnos con la esperanza de que la diplomacia internacional impida que los gobiernos no democráticos masacren a sus poblaciones cuando intentan levantar la voz frente a las dictaduras ilegítimas que tratan de dirigirlos y acallarlos por la fuerza. 

Una vez más recordamos que la paz europea es una excepción, y no una norma en nuestro continente. Por ello, debemos dar visibilidad a la dura realidad política que viven en pleno siglo XXI millones de personas no tan lejos de nosotros.

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