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COP26: no podemos permitirnos fracasar

Comienza en Glasgow una de las reuniones de la Conferencia de las Partes (Conference of the Parties, COP) más importantes de la historia reciente. Es la última posibilidad de asumir, de una vez por todas, las medidas necesarias para abordar el desafío global del cambio climático.

A pesar de que la COP26 es la fecha límite para presentar la actualización de sus contribuciones determinadas a nivel nacional (Nationally Determined Contributions, NDCs), a fecha de 28 de octubre, tan solo 114 de las 191 Partes las había presentado. 

Con los datos que sí contamos, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) estima que las emisiones globales de dióxido de carbono se reducirán muy por debajo del 45% necesario para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C.

La Unión Europea llega a la COP26 como una líder global en la lucha contra el cambio climático. No debido a la idoneidad de sus propuestas y medidas, las cuales serán abordadas posteriormente, sino debido a la ausencia de acción significativa por parte del resto de las principales potencias emisoras del planeta. 

La realidad es que la acción de la Unión Europea, aunque ambiciosa y distintiva, es insuficiente.

Los puntos sobre la mesa de negociación

Uno de los principales puntos a abordar en la COP26 es la finalización de las normas del Acuerdo de París. Este acuerdo global jurídicamente vinculante creó en 2015 el marco general, pero obvió el desarrollo técnico de sus objetivos. Para esto último se desarrolló el conocido como ‘Paris Rulebook’, adoptado en la COP24 en 2018 y actualmente incompleto.

Otra de las cuestiones claves en esta COP26 es la conocida como ‘financiación climática’. En el “Acuerdo de Copenhague” de 2009 se acordó la movilización anual de 100 mil millones de dólares para 2020 por parte de las economías avanzadas para promover el desarrollo y la adaptación de las economías en vías de desarrollo. Hoy, 12 años después, la cifra ronda los 80 mil millones de dólares anuales.

Los últimos datos de Naciones Unidas, el Banco Mundial y la OCDE indican que la cifra que las Partes se marcaron como objetivo en 2009 no es solo insuficiente, sino que ni siquiera se acerca a la estimación de 6,9 billones de dólares anuales hasta 2030 que presentaron en su informe conjunto de 2018.

Ante esta situación, si bien ninguna de las Partes ha aportado la financiación que proporcionalmente le corresponde, algunas destacan por su absoluta insuficiencia. La Unión Europea, aún siendo la principal contribuidora global, aportando anualmente 25 mil millones de dólares, tampoco alcanza los objetivos de financiación que le corresponden. No obstante, la disparidad en el caso de Estados Unidos es mucho mayor.

En su último discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Biden se comprometió a contribuir más de 11 mil millones de dólares anuales a partir de 2024, una cifra que no ha sido todavía respaldada por el Congreso estadounidense y que está muy alejada de los 43 mil millones de dólares que le corresponden de acuerdo con su riqueza, población y emisiones.

El objetivo de 100 mil millones anuales para 2030 era también un objetivo simbólico que representaba el compromiso y la responsabilidad que han de asumir las economías avanzadas como grandes emisoras y principales responsables del cambio climático. 

Para economías emergentes como la India o Sudáfrica, las cuales se han convertido en grandes emisoras de gases de efecto invernadero y cuya descarbonización será clave para el éxito de la neutralidad climática global, esta financiación no es solo necesaria, sino vital para el éxito de sus objetivos de descarbonización.

Una Europa ambiciosa pero insuficiente

La acción de la Unión Europea en materia climática es considerable, pero también insuficiente.

En julio de este año, la Comisión Europea presentó el paquete de propuestas Fit for 55 destinado a transformar la economía y sociedad europeas para alcanzar los objetivos recogidos en la Ley Climática Europea, la cual entró en vigor también en julio de este año.

Esta propuesta sitúa a la Unión en la vanguardia de la acción climática, introduciendo esta última en el día a día de los ciudadanos y empresas europeas, además de incluir a actores comerciales globales.

No obstante, este paquete es insuficiente para alcanzar el objetivo de mantener el calentamiento global en torno a 1,5 °C. Este último requiere que las emisiones globales se reduzcan un 7,6% cada año hasta 2030, de acuerdo con el Informe sobre la Brecha de Emisiones de Naciones Unidas. Esto requeriría una reducción de un 65% de las emisiones en Europa para 2030, algo fuera del alcance del propio paquete.

La Unión Europea en la COP26

Afortunadamente, la Unión no se presenta en Glasgow con las manos vacías.

En primer lugar, la UE ha manifestado su intención de apoyar una propuesta destinada a que las Partes aumenten, bajo los mismos plazos, sus NDCs cada 5 años a partir de 2031.

Esta propuesta surge del acuerdo alcanzado en Katowice en la COP24, donde se estableció que los plazos serían los mismos para todas las Partes. No obstante, no se concretó la duración de esos plazos.

Esto último es clave para determinar el nivel de ambición y cumplimiento de las NDCs presentadas por cada una de las Partes. Multitud de países apoyan la propuesta que ahora apadrina la Unión Europea, mientras que importantes actores como Rusia o Japón defienden plazos de una década.

Sin embargo, el apoyo europeo a esta propuesta presenta una importante salvedad: el acuerdo solo sería vinculante si este es aceptado e implementado por todas las Partes. Este requisito recuerda a la posición que adoptó la UE en la fallida COP15 en Copenhague, donde ligó el progreso de su ambición climática al del resto de las Partes. 

En segundo lugar, la Unión Europea y Estados Unidos liderarán una iniciativa para reducir las emisiones globales de metano. Este gas es el segundo mayor promotor del calentamiento global y se estima que es responsable del aumento de 1º C de la temperatura global desde la era preindustrial. 

La Unión es pionera mundial en la reducción de emisiones de metano. Sin embargo, el problema lo encontramos más allá de nuestras fronteras durante la producción y transporte de los combustibles fósiles que importamos. Europa produce domésticamente apenas el 5% de las emisiones globales de metano, pero es uno de los mayores importadores de gas y petróleo del mundo.

Esta iniciativa podría ser uno de los pocos éxitos que salgan de la COP26. Multitud de países ya han manifestado su apoyo a la propuesta y cuenta con el respaldo de la Agencia Internacional de la Energía, la cual asegura que el 70% de las emisiones de metano procedentes de la producción de combustibles fósiles son fácilmente evitables y que atajarlas es financieramente ventajoso.

El éxito es posible, pero improbable

Uno podría pensar que la severidad y urgencia del asunto sería suficiente para garantizar la acción global, pero la realidad a día de hoy es que el objetivo de mantener el aumento de la temperatura en 1,5 °C es un objetivo ‘zombie’: se mantiene vivo para no abandonar el optimismo y caer en la desesperación.

Lo verdaderamente curioso de la diplomacia climática es la esperanza, pero también la permanente descarga de responsabilidades. Si uno entra en las redes sociales de instituciones gubernamentales, de parlamentarios o incluso de dirigentes de gobiernos, ve textos que aspiran al éxito de las negociaciones y a la vez exigen que otros países se comprometan a hacer su parte en la lucha contra el cambio climático.

Un juego entre Occidente y Este, entre economías avanzadas y en desarrollo, que pretende exigir del otro el sacrificio para ‘salvar el planeta’; algo que ninguno de los dos está dispuesto a hacer sin el compromiso del otro.

Al final de la COP26, aun fracasando en su objetivo de progresar la acción climática global, el mensaje por parte de los gobiernos será de esperanza y optimismo. Ninguno estará dispuesto a reconocer su fracaso propio, ni el global. Nadie quiere ser el responsable del desastre climático y harán todo lo posible para culpar al otro.

Por tanto, comienzan en Glasgow unas semanas de negociaciones con increíble potencial para convertirse en un punto de inflexión, pero también para decepcionarnos.

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