A lo largo del libro Hard Power, Soft Power and the Future of Transatlantic Relations, Thomas L. Ilgen discute las famosas palabras del historiador Robert Kagan con las que, en 2002, señalaba diferencias irreconciliables en la relación transatlántica: los europeos son de Venus, y los estadounidenses, de Marte. Entonces se estaba esbozando la invasión de Irak. Muchos sucesos han cambiado y transformado nuestras sociedades desde entonces, pero la complejidad de la relación transatlántica no ha disminuido. Estas brechas tienden a abrirse con cada palabra de Donald Trump y cada muerte en Gaza, pero también se han tendido puentes con cada crisis económica y de salud, y con cada bomba en Ucrania. Las elecciones de este 2024, a ambos lados del Atlántico, son una nueva cita para definir qué esperamos los unos de los otros.
La principal problemática que subyace en el libro de Thomas L. Ilgen es la conciliación de las diferencias de intereses y valores entre la Unión Europea y Estados Unidos, especialmente tras el final de la Guerra Fría y hacia el futuro. Los distintos autores de cada capítulo destacan las diferencias en: poder blando y poder duro, sistema capitalista y comercial, actores de cada gobierno, y la posible rivalidad eurodólar, pero también se repite la importancia, conveniencia y resiliencia de la alianza transatlántica. Por ello, es importante analizar la resiliencia de esta relación a la luz de los acontecimientos posteriores a este libro: como Trump, el Brexit, la pandemia de Covid-19, el cambio a la administración Biden, la retirada de tropas de Afganistán y la guerra de Ucrania o Gaza. El antieuropeísmo en aumento y el prominente antiamericanismo, basados principalmente en las diferencias en materia de seguridad, fueron y son uno de los mayores riesgos para la alianza.
El libro subraya desde su título la importancia del poder blando y el poder duro en las relaciones transatlánticas. El poder blando se define como el conjunto de la cultura, valores y política exterior de un actor, y su capacidad para coaccionar o influir por estos medios, generalmente como complemento del poder económico y militar (Christiansen, Kirchner, y Wissenbach, 2019). La primera y más destacada diferencia entre EE. UU. y la UE, es la marcada diferencia en enfoque y capacidad de cada uno. Mientras Estados Unidos (EE. UU.) apuesta firmemente por el unilateralismo, suavizado durante las presidencias democráticas, la UE tiene una profunda complejidad que, a día de hoy, la limita a potencia en el sentido blando. Este es el origen de gran número de tensiones que se tratarán en el artículo. De acuerdo con Treverton, en un mundo en el que el unilateralismo es muy criticado, la propensión europea al multilateralismo hace que sus políticas resulten atractivas para muchos otros países (Ilgen, 2006). No obstante, el Brexit, la crisis de la eurozona, y la falta de capacidad para apaciguar conflictos, junto a una economía de menor rendimiento, dejan a la UE en una posición de relativa debilidad en el cambiante mundo multipolar. Desde EE. UU., esto se atribuye a una falta importante de poder duro.
El primer tratado constitucional de la Unión Europea en 2004 dejó claro que la UE no se está convirtiendo en una superpotencia tradicional, como tampoco aspiran muchos de sus ciudadanos y miembros. Según Robert Cooper, el “atractivo de la adhesión” será la principal línea de actuación, atrayendo cada vez a más miembros y creciendo en anchura en lugar de en profundidad (Ilgen, 2006).
Este artículo trata la siguiente cuestión: si se traslada el foco del orden global del atlántico hacia al pacífico, ¿en qué medida mantendrán su importancia las relaciones transatlánticas en el futuro? ¿Qué potencial tiene España, en la Unión Europea del siglo XXI, para influir en los EE.UU. e intermediar en sus relaciones con otros estados?
Desarrollo
En cada capítulo se plantea al menos una tesis relevante, pero destaca la importancia de las relaciones de seguridad y económicas, y la diferencia de dificultad en el manejo y desarrollo de cada una de ellas. Los puntos de contacto son tan numerosos, que no se puede hablar de una caída o desaparición de las relaciones transatlánticas, aunque el libro debate el riesgo de un “steady decline” y cómo evitarlo mediante la redefinición de objetivos.
Thomas L. Ilgen se atreve a hacer varias predicciones sobre las tendencias de las relaciones transatlánticas hacia el futuro. Estas resultan generalmente muy acertadas, en materia de divisas, la ética de compromiso o de responsabilidad, la importancia de las relaciones económicas para sostener la relación, y la de seguridad para su fragmentación.
El libro destaca la complejidad del proceso de decisión europeo y la mejorable situación de la comunicación y negociación entre las dos orillas del Atlántico. No hay duda que la primera es un factor muy influyente sobre la segunda, pero también lo son otros actores. Como señalaba acertadamente Patrick Chamorel en el capítulo 10, el antiamericanismo en buena parte de la sociedad y política europea, estaba creciendo, y ha crecido desde entonces. Además, la deriva del partido republicano con Trump encuentra poco apoyo al otro lado del atlántico, lo que a su vez ha reforzado el más predominante sentimiento antiamericano en Europa. Biden, a su vez, no ha sabido restaurar toda la confianza europea en Washington.
El Trumpismo ha continuado agravando los ámbitos de conflicto ya señalados en el libro: la división cultural, el cambio climático y las relaciones con China. Mientras la UE continúa su fiel apuesta por el multilateralismo, Estados Unidos y Reino Unido muestran una preferencia por su propia independencia y soberanía. La presidencia de Biden, sin embargo, no ha retomado la política de Obama de estrechar las relaciones transatlánticas con demasiada presteza, y sin embargo, las diferencias son notables. Por ello, los responsables políticos europeos harían bien en planificar simultáneamente para dos escenarios diferentes (Esteban & García Encina, 2024). La guerra de Ucrania ha sido un factor fundamental, obligando a Europa a afrontar una de las divergencias más relevantes: los mitos fundacionales europeos sobre la guerra y la seguridad. El conflicto ha acercado a ambos lados del Atlántico con la reaparición de una amenaza común. La OTAN ha adquirido renovada relevancia al liderar los esfuerzos para hacer frente a una agresión hacia la que sí hay consenso de opiniones. Como el libro señala, la deriva de las relaciones desde la caída del muro de Berlín se debe principalmente a la ausencia de una amenaza común, que además incentivaba la cohesión ideológica y redirigía los criticismos hacia la Unión Soviética (Ilgen, 2006, pág. 194). Aunque 49 países forman parte de la coalición liderada por la OTAN, el reparto de cargas y riesgos sigue siendo un problema (Collins, 2011). Los intereses y beneficios de la Alianza son muchos, no obstante, la división cognitiva, política y cultural es un reto muy persistente en las relaciones. La guerra contra el terrorismo y el conflicto palestino-israelí han fragmentado los consensos en materia de seguridad. El Instituto Real Elcano señala también los retos y discrepancias sobre el Sahel hasta la urgencia del cambio climático y el gasto de menos el 2% del PIB en defensa en numerosos países europeos, y, sobre todo, la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) (Esteban & García Encina, 2024).
“La mayoría de los antiamericanos no son nacionalistas y la mayoría de los nacionalistas no son antiamericanos” (Ilgen, 2006, pág. 169). El reciente aumento del sentimiento antieuropeo es impulsado por la renovación del excepcionalismo americano. Este, a su vez, ha crecido ante la percepción de decadencia europea, que empeoraría con la crisis de la eurozona. Estados Unidos fue el epicentro de la crisis financiera global, pero se recuperó mucho más rápido que Europa. La brecha de poder entre ellos continúa abriéndose desde la publicación del libro.
EEUU a menudo ve el sistema de la Unión Europea como poco democrático, económicamente ineficiente, idealista y demasiado “blando”. En este contexto, es fundamental para la Unión Europea mantener a Estados Unidos como socio estratégico fundamental, por encima de China. Esto se debe a que, aunque China sea el principal socio comercial de Europa, no es un socio confiable ante una crisis como la del Covid-19 o la guerra de Ucrania. Si bien existen importantes desacuerdos con EE. UU. en materia de soberanía nacional, autogobierno, mercados, alimentos transgénicos, subsidios y sobre todo en materia de guerra y poder duro, existen riquezas en la diversidad de opiniones. Sobre todo, cuando algunas de estas diferencias tienen altas posibilidades de converger a medio o largo plazo. Este caso no es tan claro con China, donde los valores y objetivos comunes todavía están en definición, y existen brechas no inferiores a las de la relación transatlántica (Mavroidis & Sapir, 2021).
Ambos lados deben reconocer con humildad las oportunidades que ofrece la perspectiva del otro y admitir que puede haber espacio de mejora en todos los ámbitos políticos. Además, existen muchas diferencias de menor relevancia cuya resolución favorecería a ambos, pero no supondrían un punto de inflexión. El mayor riesgo en cuanto a disonancia cognitiva, yace en los sentimientos antieuropeos y antiamericanos. Si bien las relaciones transatlánticas podrían continuar sostenidas por la inercia económica y la razón, de acuerdo con Cohen en el capítulo 6, los sentimientos e ideología en un sistema democrático son capaces de sobreponerse e impedir progreso en numerosos ámbitos de la cooperación. Se trata de establecer la relación más eficiente y beneficiosa posible a ambos lados del atlántico, que se beneficiaría de una comunicación más fluida. Por ello, el excepcionalismo americano y el aumento de la derecha neoconservadora con Bush y Trump, suponen a día de hoy el verdadero riesgo en las relaciones transatlánticas en la orilla americana, por el aumento de antieuropeísmo y unilateralismo entre sus filas. Pero también la tensión originada por la división cultural, la división de valores que se amplía en esta población y sobre todo en la perspectiva acerca de las guerras. De acuerdo con Nye, por razones históricas Europa percibe la guerra como una tragedia, mientras que los estadounidenses tienden a relacionarla con el camino más claro hacia la victoria contra el militarismo e imperialismo (2006).
En un entorno global de creciente integración e interdependencia económica, con nuevas potencias emergentes, la Alianza Transatlántica inevitablemente perderá parte de su control o poder. De acuerdo con Narkilar (2016), la Organización Mundial del Comercio (OMC) está demostrando no estar bien preparada para afrontar las disputas actuales, en aspectos como la armonización de leyes, esfuerzos por eliminar barreras comerciales, y la no discriminación. Esto se ejemplifica en la fallida ronda de Doha, y en la continuación, más de una década después, de las tensiones en agricultura o en el acero, el aumento del proteccionismo, o las violaciones de las normas comerciales.
En el ámbito de los subsidios y el libre comercio, la UE tiene menos relevancia en las decisiones de Biden de las que desearía o calcula a día de hoy (Karnitschnig, 2022). Sin embargo, es difícil distinguir cuándo este tipo de afirmaciones están basadas en la realidad o en sentimientos antieuropeístas, teniendo en cuenta que el comercio transatlántico alcanzó un máximo histórico de 1200 millones de euros en 2021 (European Commision, 2023).
La actualidad internacional de las relaciones transatlánticas
El libro, publicado en 2006, no puede abarcar los cambios tan relevantes de la presidencia de Trump como la desvinculación de los EE. UU. al Acuerdo de París, la guerra comercial, etc., y que ha mantenido o resuelto de otra forma Biden. Pero aún más, cabe destacar al menos cinco grandes acontecimientos en los últimos años de gran peso diplomático e histórico.
Tras la caída del muro de Berlín en 1989, Estados Unidos se consolidó como único hegemón tanto en materia militar, como económica, pero también aumentó la preocupación americana ante la UE como posible rival. Esta rivalidad destaca en tres aspectos importantes: en el euro, el proteccionismo y en las relaciones con las potencias emergentes. Aunque, como predice el libro, la rivalidad eurodólar no ha tenido mucho recorrido, la guerra comercial y el proteccionismo de Trump sí han enfriado las relaciones durante su presidencia.
Las relaciones con Brasil, India y sobre todo China han sido también motivo de tensión. Ahora en la UE han surgido dudas respecto a la conveniencia de la estrategia liberal institucionalista de interdependencia con China, una economía persistentemente no de mercado a pesar de llevar más de 21 años en la OMC. En este contexto, la política de Autonomía Estratégica abierta europea ha cogido fuerza, extendida más allá del ámbito militar, hacia una comprensión más holística y asertiva de intereses estratégicos y de prevención de riesgos, como puede ser la dependencia energética.
El Brexit
La presidencia de Obama apoyó a los defensores de la permanencia de Reino Unido en la UE, mientras que Trump apoyó lo contrario. Biden mantiene una postura de descontento similar a Obama. El Brexit está provocando cambios que pueden limitar el papel de Reino Unido a la hora de resolver cuestiones europeas, perjudicando los intereses de Estados Unidos. Por otro lado, los politólogos europeos que tienden a exagerar la importancia de la UE ven que el Brexit acarreará un debilitamiento de la OTAN (Esteban & Otero Iglesias, 2020). Washington debe ahora mejorar sus canales de diplomacia para negociar directamente con los miembros de la UE, con lo que a menudo se relacionaba a través de Reino Unido.
El Covid-19
Las prohibiciones de viajar impuestas por la UE, la competencia por los equipos de protección individual y los equipos médicos, junto a la decisión del presidente Trump de retirarse de la OMC, sin duda agudizaron las tensiones con la UE.
Afganistán, Ucrania, y Gaza
De acuerdo con Gregory Treverton, la fecha de definición de la UE es 1989, mientras que América es 2001 (Ilgen, 2006, pág. 49). La guerra contra el terrorismo ha tachado en numerosos países la reputación estadounidense, e impulsado fuertemente el antieuropeísmo. Además de la invasión de Irak, más recientemente la caída de Kabul tras dos décadas sin progreso en el país, justo después de la retirada de tropas, ha supuesto una gran derrota para la ética estadounidense. Ahora, con el castigo israelí a Gaza, los EE. UU. ven necesario suavizar las tensiones entre aliados. No obstante, la reputación de Estados Unidos en el extranjero está tan empañada que llevará muchos años de arduo trabajo repararla (Ilgen, 2006). El conflicto en Ucrania, por otro lado, compite con Israel, y Taiwan, por los suministros estadounidenses (Esteban & García Encina, 2024). La avenencia demostrada por ambas partes para la respuesta a Ucrania, aunque impresionante, resulta todavía insuficiente para superar los retos de las próximas décadas.
¿En qué ámbitos afecta más a la política exterior española?
Estados Unidos es un socio fundamental para España, aunque esta, a su vez, cada vez resulta menos prioritaria para EE. UU. Es por ello que España necesita tomar una posición más proactiva para profundizar las relaciones con Washington.
Primero, en materia de seguridad, el presupuesto de defensa crece cada vez más cerca de las demandas históricas de EEUU de un 2%. La guerra de Ucrania y la disposición de estrechar las relaciones transatlánticas de Biden, han dado la oportunidad a Pedro Sánchez de avanzar sus intereses de cooperación con Estados Unidos. España no puede quedarse sola en la comunidad internacional, y en el ámbito militar le debe cuidar a su socio más relevante.
La relación con EEUU, en el periodo descrito en el libro, era muy buena debido al giro atlantista en política exterior de Aznar durante su segunda legislatura. La preocupación compartida ante el terrorismo y su convergencia en torno al neoliberalismo económico, funcionaron como puntos de unión entre Bush y Aznar, entrando en la lista de países denominados la “nueva Europa” por Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de entonces (Ilgen, 2006). Las relaciones se enfriaron con la administración de Bush hijo, ante importantes desencuentros y decepciones con Zapatero, como la decisión de retirada de tropas de Irak en 2004. No fue hasta que el vicepresidente Biden y Zapatero acordaron el estacionamiento de cuatro destructores estadounidenses en Rota, que se recuperaría parte de la confianza en la relación transatlántica. El enfriamiento tuvo más traducción en el plano político que realmente en las relaciones económicas, comerciales o de defensa, que retornaron a mejores términos durante la presidencia de Obama y continuó de esta forma con Trump y Biden.
En economía, la guerra comercial para España tuvo un impacto limitado, y los flujos de inversión y comerciales, tradicionalmente deficitarios, hicieron que Trump se viera más dispuesto a comerciar con España. Madrid está acelerando su inversión directa en Estados Unidos en los últimos años de forma vertiginosa. Aunque EE. UU. es el primer inversor internacional en España, las inversiones directas españolas en Estados Unidos la han superado en los últimos años.
Finalmente, el rápido reposicionamiento chino en la comunidad internacional con la nueva asertividad de Xi Jinping no entraba en los cálculos del libro. El aparente momento unipolar ha resultado más breve de lo previsto, protagonizando la década pasada el antagonismo entre EE. UU. y China. Esta es una razón adicional para la necesaria renovación de las relaciones transatlánticas y la política exterior común de la UE. España necesita encontrar el balance diplomático entre sus dos socios y mayores mercados internacionales, desde el marco de la UE (Esteban & Otero Iglesias, 2020). Afortunadamente, la mayoría de los miembros comparten su mismo interés, pero las prioridades para 2024 están marcadas por otros asuntos como el desarrollo sostenible, las guerras, y la autonomía estratégica, que plantean la cuestión de qué supondrá el mantenimiento de las políticas actuales a medio largo-plazo.
Conclusión
El fin de la vieja Alianza está a la vista, como afirma Gregory F. Treverton, que dará paso a una nueva “coalition of the willing” [coalición de los dispuestos] (Ilgen, 2006). De acuerdo con Gompert y Larrabee, Estados Unidos necesita socios con cierta capacidad, por lo que Europa sigue siendo la única opción viable (Ilgen, 2006, pág. 52). De esta forma, la “coalición de los dispuestos” será previsiblemente el camino más realista para las relaciones transatlánticas, sin implicar un debilitamiento adicional. Cinco décadas de alianza transatlántica hacen necesaria una redefinición de los objetivos y valores comunes, que puedan suavizar las corrientes de antieuropeísmo y antiamericanismo que amenazan con sabotear las oportunidades de la coalición. De acuerdo con Karnitschnig, Europa se ha vuelto más dependiente de EE. UU., una circunstancia que está alimentando tanto el resentimiento como la propia culpa (Europe’s anti-American itch, 2022).Coincidiendo con Joseph Nye, Estados Unidos puede alcanzar solo algunos de sus objetivos internacionales más cruciales (Ilgen, 2006). En los nuevos problemas mundiales, como la pandemia o el cambio climático, la cooperación es el único camino. A diferencia de periodos anteriores de la política mundial, las relaciones entre la mayoría de las democracias liberales se caracterizan por la existencia de islas de paz en las que el uso de la fuerza ya no es una opción. Estas islas de paz son una prueba de la creciente importancia del poder blando cuando existen valores compartidos. “En las relaciones entre sí, todas las democracias avanzadas son de Venus” (Ilgen, 2006).