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Acercamientos de Turquía hacia Europa

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Un vínculo histórico y estratégico

Turquía, nación histórica puente entre Oriente y Occidente, mantiene una relación compleja y multifacética con Europa desde hace décadas. Su ubicación geográfica, junto con su peso geopolítico, hacen que sea una pieza clave en el tablero internacional para la estabilidad regional, la seguridad energética y la gestión migratoria del continente europeo, entre otras.

Desde la fundación de la República por parte de Atatürk, «el padre de la Turquía moderna», en 1923 hasta que el país solicitó formalmente su adhesión a la Unión Europea (UE) en 1987, Turquía ha experimentado gran multitud de tanto de avances como retrocesos en su intento por integrarse plenamente en la comunidad europea. Si bien el país fue reconocido como candidato oficial en 1999 y las negociaciones de adhesión comenzaron en 2005, los progresos han sido lentos y plagados de obstáculos.

¿Qué motivaciones tiene Ankara?

Los acercamientos de Turquía hacia Europa responde mayoritariamente tanto a intereses económicos como políticos. La UE representa el principal socio comercial del país: las exportaciones turcas tienen como destino el bloque europeo, llegando Alemania a representar por sí misma el 8,2 % de estas en 2023. Además, la inversión extranjera directa proveniente de Europa es un pilar fundamental para la economía turca.

En el plano político, el acercamiento a Europa le permite a Ankara reforzar su legitimidad internacional, modernizar sus instituciones y obtener mayor influencia en foros multilaterales. El Gobierno turco ha utilizado la narrativa de integración europea como una herramienta para atraer inversión, estabilizar su moneda y generar confianza en los mercados.

Las tensiones persistentes

Sin embargo, como se ha mencionado anteriormente, este acercamiento no ha estado exento de fricciones. La deriva autoritaria del presidente Recep Tayyip Erdoğan, especialmente tras el intento de golpe de Estado de 2016, ha suscitado críticas desde Bruselas. La represión contra periodistas, opositores políticos y miembros de la sociedad civil ha sido motivo de condena por parte de diversas instituciones europeas.

Recientemente, numerosas manifestaciones multitudinarias en Turquía y en ciudades europeas con grandes porcentajes de población turca, como Berlín, han visibilizado el descontento de los ciudadanos turcos, de la diáspora y de organizaciones defensoras de los derechos humanos frente al retroceso democrático y al debilitamiento del Estado de derecho en Turquía. Estas protestas exigen a la UE una postura más firme ante las violaciones sistemáticas de derechos en el país euroasiático.

Alemania: entre el pragmatismo y la cautela

Uno de los actores clave en esta relación es —efectivamente― Alemania, que alberga la comunidad turca más numerosa fuera de Turquía. Aunque Berlín reconoce la importancia geopolítica de Ankara, ha mostrado un recelo constante hacia una adhesión plena. Este escepticismo se debe, en parte, a preocupaciones sobre el respeto a los valores democráticos y la gobernabilidad dentro de la UE si Turquía se integrara como miembro de pleno derecho. A ello se suman las tensiones bilaterales, como las acusaciones al gobierno turco por supuesta injerencia política y discurso de odio.

La carta migratoria: una herramienta de presión

Uno de los elementos más delicados en la relación Turquía-Europa se trata del tema migratorio. El acuerdo migratorio firmado en 2016 entre Ankara y Bruselas ha sido clave para reducir el flujo de refugiados hacia Europa, especialmente durante la crisis siria. A cambio, Turquía recibió apoyo financiero, promesas de liberalización de visados y un renovado impulso a las negociaciones de adhesión. No obstante, Ankara ha utilizado en varias ocasiones la amenaza de «abrir las fronteras» como mecanismo de presión política. 

Renovados esfuerzos diplomáticos y un liderazgo consolidado

A pesar de lo anterior, en los últimos años se han observado señales de reconciliación y diálogo constructivo. Turquía ha mostrado mayor disposición a cooperar en temas clave como la energía, la seguridad y el comercio. También ha relanzado conversaciones exploratorias con Grecia y ha dado pasos hacia la normalización de relaciones con países como Armenia y Egipto. Además, la guerra en Ucrania ha reconfigurado las alianzas internacionales. El papel de Turquía como mediador en el conflicto, y su influencia en la región del mar Negro, le han devuelto relevancia en los cálculos estratégicos de la UE y la OTAN

A su vez, la situación internacional actual favorece la permanencia de Erdoğan en el poder. Por una parte, goza de la simpatía de Donald Trump en Estados Unidos, lo que podría facilitar futuras relaciones bilaterales en caso de un cambio de administración en Washington. Asimismo, su influencia no se limita a Europa. Tras la caída del régimen de Bashar al Asad como actor central en Siria, Turquía ha ganado terreno en Oriente Próximo, posicionándose como potencia regional clave en los equilibrios postguerra.

¿Una integración posible o una cooperación permanente?

Aunque la adhesión plena de Turquía a la UE parece aún poco probable en el corto plazo, puede decirse que ambas partes han optado por una relación pragmática basada en intereses comunes. La modernización de la unión aduanera, el diálogo en temas climáticos y la cooperación en defensa son algunos de los frentes en los que se busca avanzar.

La cuestión fundamental en los próximos años es si Turquía desea realmente integrarse en el proyecto político europeo o si su estrategia seguirá siendo mantenerse como socio estratégico sin renunciar a su autonomía. A su vez, Europa deberá decidir si está dispuesta a aceptar a un país que, aunque estratégico, desafía en muchos aspectos los valores fundacionales de la Unión.

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