Canadá y la Unión Europea (UE) han mantenido una relación estrecha y duradera desde hace décadas. En 1976, Canadá se convirtió en el primer país industrializado en firmar un Acuerdo de Cooperación Económica con la Comunidad Económica Europea (CEE), sentando las bases para una colaboración económica sostenida. Desde entonces, los acuerdos bilaterales han reforzado su vínculo, impulsados por afinidades históricas, culturales y lingüísticas. Sin embargo, los recientes cambios en el panorama geopolítico mundial han llevado a reconsiderar el alcance y futuro de esta relación.
FRENTE AL PROTECCIONISMO DE WASHINGTON
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha generado tensiones económicas y comerciales con varios países, incluidos Canadá y los miembros de la UE. En sus primeros días en el cargo, el mandatario estadounidense aplicó aranceles del 25 % a productos canadienses, afectando gravemente sectores clave de la economía del país. Esta medida provocó una reacción inmediata por parte del gobierno canadiense y de la UE, lo que llevó a reuniones de alto nivel entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. En dichas reuniones, ambos líderes se comprometieron a coordinar respuestas firmes a lo que denominaron aranceles «injustificados».
Este acercamiento refuerza una relación que, aunque ya era sólida, se ha intensificado debido a la creciente incertidumbre en el escenario global. La UE y Canadá han demostrado una postura común ante el proteccionismo de Washington, lo que ha llevado a especular sobre el futuro de esta alianza. Ante este contexto, ha surgido una pregunta que antes parecía impensable: ¿podría Canadá integrarse de manera más formal en la Unión Europea?
¿INTEGRACIÓN CANADIENSE DENTRO DE LA UE?
A primera vista, la idea parece utópica. Canadá no es un país europeo y no cumple con el criterio de Copenhague, que exige que los Estados candidatos a la adhesión estén situados en territorio europeo. No obstante, existen precedentes que sugieren cierta flexibilidad en la aplicación de este principio. Chipre, por ejemplo, es geográficamente parte de Asia, pero es un Estado miembro de la UE. Groenlandia, que formó parte de la UE en el pasado, se encuentra en América del Norte. Estos casos demuestran que la pertenencia a Europa no siempre ha sido un requisito absoluto para la integración o la cooperación estrecha con la UE.
Más allá de la geografía, los principales desafíos para una posible adhesión de Canadá radican en la armonización de sus normativas con los estrictos estándares europeos. La UE mantiene regulaciones en materia de comercio, política medioambiental, derechos laborales y protección del consumidor que difieren en varios aspectos de las políticas canadienses. Adaptar el sistema canadiense a estas normativas implicaría cambios significativos en su legislación y economía, algo que podría generar resistencias tanto dentro del país como en su relación con Estados Unidos.
ALIANZA ESTRATÉGICA
Dicho esto, aunque una adhesión completa de Canadá a la UE parece poco probable en el corto, medio, o largo plazo, existen modelos de cooperación que podrían fortalecer aún más sus lazos. Una opción viable sería la incorporación de Canadá al Espacio Económico Europeo (EEE), donde países como Noruega y Liechtenstein participan en el mercado único sin ser miembros plenos de la UE. Esto le permitiría beneficiarse del libre comercio y la libre circulación de bienes, servicios y capital sin necesidad de una adhesión formal.
Además, esta vía permitiría a Canadá mantener su relación estratégica con Estados Unidos mientras diversifica sus lazos económicos con Europa.Por tanto, aunque la integración de Canadá en la UE sigue siendo un escenario improbable, el contexto político actual ha impulsado una mayor cooperación entre ambas partes.
Las tensiones con Estados Unidos han reafirmado el interés mutuo en fortalecer su relación, lo que podría traducirse en acuerdos más profundos a futuro. Si bien la pertenencia plena a la UE sigue siendo una idea lejana, el acercamiento entre Canadá y Europa demuestra que, en un mundo cada vez más incierto, las alianzas estratégicas pueden evolucionar de maneras inesperadas.