El pasado 16 de septiembre, Alemania comenzó a intensificar sus controles fronterizos, una decisión causada por el creciente flujo migratorio y por preocupaciones de seguridad interna, generando un debate profundo sobre los principios y la funcionalidad del espacio Schengen. Este endurecimiento de la vigilancia en las fronteras con los países colindantes, como Polonia o República Checa, se ha traducido en una mayor presencia de agentes y el establecimiento de controles aleatorios. Una medida que ha provocado tensiones con países vecinos y ha planteado dudas en torno a la libertad de movimiento dentro de la Unión Europea (UE).
Berlín reacciona ante los recientes ataques extremistas
Pocas semanas antes de que se anunciara la decisión, un ataque con cuchillo en la ciudad de Solingen ―en el que el sospechoso ya había sido expulsado del país― causó el pánico a nivel nacional. El atentado fue reivindicado por el autodenominado Estado Islámico (EI) y se produjo poco antes de que comenzasen las elecciones regionales en el este de Alemania, por lo que se reavivó el debate sobre la inmigración en el país.
Sin embargo, esta medida no se trata de la primera propuesta, ni un caso aislado. Según la Ministra del Interior alemana, Nancy Faeser, la política migratoria de la UE ha sido «insuficiente» para abordar las necesidades de los países que están recibiendo el mayor flujo de migrantes. De hecho, este enfoque migratorio asumido por el gobierno de Scholz trata de frenar el crecimiento de Alternativa para Alemania (AfD), partido de extrema derecha con una postura abiertamente anti-inmigración y anti-islam, en las demás elecciones regionales que ocurrieron en octubre de 2024 y las próximas al Bundestag en 2025. Y, aunque el avance de la ultraderecha y sus discursos anti-inmigración están influyendo en las decisiones migratorias del gobierno, este sector también ha criticado la medida, argumentando que debería rechazar incluso las solicitudes de asilo.
Estos controles representan el primer desafío directo a la normativa del espacio Schengen y ponen en tela de juicio su sostenibilidad, especialmente en un momento en que la cohesión europea parece debilitada debido a la polarización política.
La libre circulación de personas: el hito europeo
Casi 30 años después de su creación, el espacio Schengen representa uno de los logros más emblemáticos de la Unión Europea. Actualmente 27 naciones europeas han eliminado los controles fronterizos internos, permitiendo el libre tránsito de personas. Esto no solo facilita el turismo y el comercio, sino que también simboliza un compromiso compartido de apertura y cooperación. En teoría, el espacio Schengen está diseñado para permitir que las personas crucen fronteras sin pasar por controles migratorios, siempre y cuando no ingresen o salgan de la región desde un país externo a la misma. Los países del espacio Schengen también han establecido mecanismos conjuntos de cooperación en seguridad para garantizar la seguridad en sus fronteras externas.
No obstante, los miembros del acuerdo tienen derecho a reestablecer controles fronterizos temporales en caso de que exista una «amenaza grave para el orden público o la seguridad interna», excepción que Alemania ha utilizado recientemente para justificar sus controles. Si bien los controles aleatorios y temporales no implican un cierre total de las fronteras, su implementación ha generado largas filas y retrasos para quienes cruzan la frontera diariamente, incluyendo trabajadores y transportistas.
La mayor preocupación, sin embargo, radica en el posible «efecto dominó» de esta medida. Otros países podrían verse tentados a seguir los pasos de Alemania y reestablecer sus propios controles, lo cual podría derivar en una erosión de la confianza en el espacio Schengen, en sus principios fundacionales, y el acervo comunitario. Aunque es cierto que anteriormente ya algunos Estados miembros se habían pronunciado sobre el debate y habían solicitado una reforma del sistema migratorio de la UE, el establecimiento de controles internos podría verse como un paso atrás hacia las fronteras nacionales y una amenaza al proyecto de integración europea.
Respuestas de países vecinos y retos de la decisión alemana
La decisión de Alemania de reintroducir controles fronterizos ha generado críticas de varios países dentro del espacio Schengen. Hungría ha acusado a Alemania de destruir Schengen, señalando que el país ha fallado en exigir una protección eficaz de las fronteras exteriores de la UE y por ello está imponiendo controles en las fronteras internas. Grecia, a su vez, ha advertido que las medidas unilaterales no resolverán la crisis migratoria y ha llamado a un enfoque justo que no cargue de responsabilidad solo a los países de primera línea migratoria. Polonia y Austria también han reaccionado fuertemente; el primer ministro polaco calificó la medida como una suspensión inaceptable de Schengen, mientras que el ministro del Interior austriaco la tachó de «ilegal» y afirmó que su país no aceptará aquellos migrantes rechazados por Alemania.
La situación de Alemania podría marcar un punto de inflexión, impulsando a la Unión Europea a reexaminar su enfoque en políticas migratorias y de seguridad para preservar los logros alcanzados sin sacrificar los valores fundamentales de apertura y cooperación. Entre tanto, la Comisión Europea ha recordado a Alemania que estos controles deben ser «necesarios y proporcionados», y ha afirmado estar en contacto con el gobierno alemán para continuar debatiendo el asunto.
La respuesta a esta situación será crucial para determinar no solo la dirección del proyecto europeo, sino también para garantizar que Schengen siga siendo un símbolo de unión ―y no de división― en tiempos de cambio e incertidumbre.