
Una encrucijada estratégica
El sistema energético europeo se encuentra en una encrucijada histórica. La guerra en Ucrania y el conflicto en Oriente Medio han puesto en evidencia la fragilidad de la dependencia energética exterior de Europa, sobre todo en lo que respecta a los combustibles fósiles. Durante décadas, la Unión Europea ha importado gas y petróleo de países terceros, particularmente Rusia, lo que ha generado una vulnerabilidad estructural frente a los vaivenes geopolíticos.
Ya durante el liderazgo de Ángela Merkel se cuestionó la significativa dependencia de Europa respecto a la energía rusa. Esta cuestión no solo no se abordó, sino que dicha dependencia se incrementó, promoviendo la construcción del gasoducto Nord Stream 2, a pesar de las distintas advertencias de la Comisión Europea, entre otros actores políticos, acerca del potencial peligro de depender energéticamente de un país como Rusia en vista de las conductas antidemocráticas de su presidente, Vladimir Putin.
El estallido de la guerra de Ucrania en febrero de 2022, sumado a otras circunstancias que amenazan la estabilidad dentro y fuera de las fronteras europeas, ha puesto de relieve los peligros de la dependencia energética europea. Esta situación ha acelerado la necesidad de definir una hoja de ruta clara y estratégica para garantizar la seguridad y sostenibilidad del suministro energético.
Hoy, más que nunca, la transición energética ya no es solo una cuestión ecológica: es también un asunto de seguridad, estabilidad y soberanía.
Soberanía energética y renovables: ¿una urgencia compartida?
Ante este panorama, la mayoría de grupos políticos del Parlamento Europeo coinciden en la necesidad de abordar una necesaria transición energética reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles y apostando por las energías renovables locales, como la solar, eólica o el hidrógeno verde.
No obstante, el crecimiento de grupos políticos como los Conservadores y Reformistas Europeos o Patriotas por Europa ha introducido en el debate político el cuestionamiento de principios rectores de la Agenda 2030, como el abandono definitivo de los combustibles fósiles. Estos grupos apelan a las posibles consecuencias económicas y sociales que una transición acelerada podría tener a corto plazo para los Estados miembros, especialmente en un contexto marcado por profundas asimetrías estructurales.
Si bien el debate en el seno del Parlamento Europeo se ha ampliado en los últimos años, la necesidad de definir con urgencia los próximos pasos es apremiante. Alcanzar una soberanía energética real resulta clave para que la Unión Europea deje de depender de terceros países y de un contexto geopolítico volátil, factores que, en última instancia, generan una profunda inestabilidad para los Estados miembros y sus ciudadanos.
La aspiración de que Europa pueda autoabastecerse energéticamente a través de fuentes limpias es compartida por la mayoría de los grupos políticos representados en el Parlamento Europeo. Sin embargo, el crecimiento de formaciones que defienden una mayor soberanía nacional en las decisiones energéticas, al margen de las directrices comunes, dificulta alcanzar el consenso necesario para impulsar una transición energética de tal envergadura.
Estabilidad energética hasta la descarbonización completa: otro de los puntos clave del debate
Aunque existe un consenso sobre la necesidad de avanzar hacia la transición energética y una mayor independencia, el camino hacia este objetivo presenta grandes desafíos. Uno de los principales es garantizar un suministro estable, considerando la volatilidad de las energías renovables. En este contexto, el gas y, de forma más controvertida, la energía nuclear, se presentan como posibles soluciones.
Sin embargo, diferentes grupos políticos se oponen a la energía nuclear, siendo altamente criticada por formaciones como The Left o Los Verdes, los cuales basan los argumentos de su oposición tanto en los riesgos asociados a su producción como los problemas derivados de los residuos generados durante su tratamiento.
Sucesos como el apagón acontecido recientemente en España posicionan más que nunca esta cuestión en el centro del debate, pues fueron países vecinos como Francia, que mantiene una postura favorable hacía la energía nuclear, quienes nos proporcionaron el suministro necesario para mitigar las consecuencias del fallo del sistema.
La conclusión en este sentido es evidente: la energía es un asunto demasiado crucial como para ser ideologizado. Sin embargo, debido a la prolongada politización de esta cuestión, nos encontramos atrapados en una red de discursos partidistas que no deberían tener cabida en un tema de tal impacto. La realidad, no obstante, es que, en los tiempos actuales, despolitizar el debate o suavizar los enfrentamientos ideológicos se ha convertido en una tarea casi imposible. Por ello, será necesario atravesar estos complejos debates con el objetivo de encontrar un consenso que guíe de manera efectiva la transición energética, sin poner en riesgo nuestra estabilidad.
Entre los objetivos climáticos y la realidad geopolítica
A nivel estratégico, la UE se ha comprometido con una meta del 42,5 % de energía renovable en el mix energético para 2030. Sin embargo, algunos grupos del Parlamento, especialmente los progresistas, han exigido elevar esa ambición al 55-56 %. Consideran que los objetivos actuales no están a la altura de la urgencia climática ni de la necesidad de independencia energética.
Hace unos años, la urgencia climática dominaba el debate sobre la transición energética. Sin embargo, hoy las tensiones geopolíticas y la vulnerabilidad derivada de la dependencia energética de Europa deben ser consideradas con igual importancia. Es crucial tomar decisiones que no solo nos permitan cumplir con los objetivos climáticos que hemos establecido, sino que también aseguren nuestra posición geoestratégica frente a otros países, especialmente en un contexto de creciente inestabilidad y amenazas a la paz mundial.
Una transición justa y estratégica
Europa tiene ante sí la oportunidad de construir un modelo energético más justo, sostenible y resiliente. La transición verde no puede quedar en manos exclusivamente del mercado ni limitarse a objetivos numéricos. Necesita voluntad política, inversiones públicas y, sobre todo, una mirada inclusiva que no deje atrás a los sectores más vulnerables ni a los Estados con menos capacidad de inversión.
Las tensiones internacionales han expuesto nuestras debilidades. Es momento de convertir esa exposición en impulso para una transformación estructural. La cooperación entre Estados miembros es más crucial que nunca en vista de que las amenazas externas se han incrementado y de momento no hay indicios de que el futuro vaya a ser diferente.
Las razones para hacer un llamamiento a la solidaridad en el debate europeo en vista de los tiempos que atravesamos son muchas, siendo la energía el pilar fundamental de nuestra estabilidad y supervivencia. Europa debe tomar las riendas de su destino de forma firme y decidida.